Franja Sur. La Habana y el poeta machín
16.08.2016 14:50
II PARTE
El Campechano (Oscar Alberto Pérez García) se colgó a sí mismo el sobrenombre de “poeta machín” para alejar de su persona el sambenito que suelen encajarle a algunos poetas: yo soy “machín”, solía decir frente a sus amigos, en torno de una mesa de café, mientras hinchaba la voz y se alisaba sus bigotes tupidos.
Su adicción por la literatura le dejó grandes amigos ligados a las letras, cuyas amistades cosechó al paso de los años, algunos de ellos durante su estancia en la Ciudad de México.
Fue a través de El Campechano que conocí y tuve la oportunidad de platicar con personajes de la literatura, como el escritor chiapaneco Eraclio Zepeda, el cuentista mayor Juan de la Cabada, y hablar cara a cara con el gran político de la izquierda verdadera, Heberto Castillo.
Mi amigo Oscar Alberto Pérez García era considerado un periodista de izquierda en Campeche, quizá por ello nos identificamos muy bien cuando llegue a radicar a esas maravillosas tierras, pues mi formación en Tabasco fue en el Partido Comunista Mexicano (PCM), con estudiantes del Colegio Superior de Agricultura Tropical (CSAT), cuya sede estaba en Cárdenas, mi pueblo natal.
En las elecciones de 1985, El Campechano contendió como senador y este escribidor por una diputación federal. Ambos competimos abanderando al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), cuando la izquierda no había sido invadida de ex priistas, ni le había salido carne al hueso. Se participaba de corazón, aunque sabías de antemano que ibas a una misión imposible.
Por aquellos días convivimos con el entonces enviado del PSUM a Campeche, José Woldenberg, quien en el entonces Restaurante-Bar 303, en una noche bohemia nos contó hasta las lágrimas las pérdidas que tuvo en el movimiento estudiantil de 1968. Al paso de los años Woldenberg fue director general del Instituto Federal Electoral (IFE).
A diario la reunión en el café El Murmullo, propiedad de El Campechano, era con muchos comensales de todos los sabores y colores. Llegaban periodistas, políticos de los distintos partidos, profesionistas y poetas.
Todos buscaban platicar con el personaje central, esto es, con el popular Oscar Alberto Pérez García. De ese tamaño era su fama. Las tertulias se estiraban hasta el mediodía.
Pero los días domingo solíamos reunirnos sólo él y yo en el Café Campeche y, ahí el camarada Óscar, que casi me doblaba la edad, me dio muchos consejos sobre los avatares del periodismo, colmillo de la vieja guardia que, aún pongo en práctica, cuando la ocasión lo amerita:
“A veces nos toca navegar como pendejos, y hay que hacerle creer al adversario que eres un pendejo, cuando ellos se creen muy inteligentes, sin serlo. Pero déjalos que corran, no cometas la torpeza de sacarlos de su error y, cuando lo tengas a tiro, déjasela ir”, me decía. Pero fueron muchas sus enseñanzas.
Otra de las disciplinas aprendidas a El Campechano fue volverme adicto a la lectura, sobre todo de buenos libros, y él se encargó de recomendarme varios títulos de los clásicos. “Tienes que leer como descocido, si quieres ser un buen periodista”, repetía.
Por todo ello, tenía la promesa de ir a mostrarle mi respeto y agradecimiento hasta su busto, que le edificaron amigos y autoridades en la calle principal del barrio 7 de Agosto de la capital campechana.
Ahora, otro propósito que me impuse es acudir al llamado Desayuno Maya, que cada año le organiza Joaquín Reyes Alpuche, otro periodista de la vieja guardia campechana, así como autoridades estatales y municipales, como parte del homenaje luctuoso a El Campechano.
La tarde del jueves 11 de agosto enfilé hacia la blanca Mérida, allá me entrevistaría con Luis Boffil, otro gran periodista de la península. No sabía la sorpresa que me llevaría. Fue así como conocí La Habana. Mañana le sigo.