La traición
Todos los tlaltelolquenses vieron o supieron que la tropa, comandada por el secretario de la Defensa Nacional, general (revolucionario) Marcelino García Barragán, el 2 de octubre de 1968, fue con camiones, tanquetas y soldados muy bien armados, en plan de guerra, a tratar de impedir el mitin que las izquierdas celebraban en la Plaza de las Tres Culturas.
Ahí se vio que un grupo de choque que portaba un guante, o un pañuelo, blanco en la mano derecha, fue mencionado como “Batallón Olimpia”, fundado en sus orígenes por el general Alfonso Corona del Rosal y el teniente coronel Luis Gutiérrez Oropeza.
Se observó que un grupo combatía a todos los demás y se armó una batalla extrañísima de militares contra militares. Algo muy raro estaba sucediendo: “¡Traición!”, pensaron muchos, pero traición ¿de quién contra quién? No lo sabíamos; pero los acontecimientos fueron dando la pauta, lentamente, para discernir cuál era la situación.
La amenaza era grave. Se trataba de perjudicar a México por Cuba, de una parte, y los Estados Unidos, por la otra; con la amable ayuda de la SEDENA, porque la nación vecina quería llevarse la Olimpíada hacia su territorio y Cuba, envalentonada por el comandante Fidel Castro, pretendía ampliar los territorios antidemocráticos a los suyos, de dictadura descarada.
En esta situación, quien actuó fue el jefe del Estado Mayor Presidencial, en ese momento ya general, Luis Gutiérrez Oropeza. Su estrategia fue mandar construir y equipar un sitio estratégico, entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la casa presidencial de Los Pinos.
Con razonamiento eminentemente militar ordenó que se tomaran estudios de aerofotogrametría de la zona en cuestión e hizo mediciones para calibrar las distancias y prevenir o lanzar, según fuera el caso, un ataque contra los castristas.
Éstos, descaradamente, desde aviones que manipulaba la embajada cubana, dejaban caer sobre Tlatelolco miles y miles de volantes pregonando la victoria de una guerra que no estaba declarada. Pero que actuaba a espaldas de un Presidente con el que no se podía jugar y que conservó, por siempre, la lealtad de un militar de honor, y de un legislador poblano (como él), quien descubrió toda la trama que se traían los miembros del gabinete, incluido el secretario de la Defensa y un periodista de Excélsior, muy “prestigiado”, Julio Scherer.
Sin Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, podría permitirle a Cuba posesionarse de todo lo que le viniera en gana. Pero Díaz Ordaz era anticomunista de convicción y paró el incipiente golpe de Estado, con el apoyo de su jefe de Estado Mayor.
Tres años después, Echeverría echó la casa por la ventana para agradar a su amiga y amiga de su esposa, María Esther, Hortensia Bussi de Allende, cuando éste, Allende, se suicidó ante el golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1981.
Echeverría hubiera querido traerse a todos los comunistas de Chile. Por lo pronto, se tachó de asesinato, el de Allende, siendo que el doctor se mató de propia mano con un arma que le había regalado Fidel Castro, según confirmaron estudios forenses muy posteriores.
A Echeverría, el “demonio de San Jerónimo”, le debemos el “halconazo” del jueves de Corpus de 1971; el apoyo a la guerrilla, y el asesinato del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, y del también empresario jalisciense, Fernando Aranguren Castiello. El móvil del doble crimen fue impedir que la Organización de Periódicos García Valseca fuera adquirida por estos dos grandes empresarios. Resultado: Echeverría se quedó con ella y mantuvo como prestanombres a Mario Vázquez Raña.
De Julio Scherer diremos que estaba en contacto con el jefe de prensa de Díaz Ordaz, Francisco Galindo Ochoa, y había recibido una oferta para anular las Olimpíadas de México y llevarlas a la ciudad de Detroit.
Por esto, y por mucho más, no queremos influencias castristas en México. Tampoco nos conviene el eterno entrometimiento de los Estados Unidos. ¿Cuándo los políticos -que no los estadistas- entenderán que no les convienen ciertas alianza? Examinen el caso griego.