Tlatlaya y Ayotzinapa, o el ocaso de los nuevos dioses
Los nuevos dioses del firmamento político mexicano llegaron al nuevo templo mayor con fama de brillantes e intocables. Metieron a la cárcel a la entonces poderosa cacique del gremio magisterial y armaron su paquete de reformas, con el apoyo de la "oposición".
Todo iba muy bien. Tanto que recibieron rimbombantes homenajes globales. De pronto, los nuevos sumos sacerdotes, incrustrados lo mismo en el Congreso que en el Gabinete, vieron menguada su omnipotencia, debido a dos sacrificios rituales: el de Tlatlaya y el de Ayotzinapa.
Las deidades recién llegadas vieron colocada su fama sobre una nueva piedra de los sacrificios. Los sacerdotes del rito contrario convocaron a fuerzas que se creía moraban ya en la ultratumba, para hacer resonar, cada vez con mayor fuerza, sus arengas de lucha y de venganza: "¡El pueblo unido, jamás será vencido." Los chamanes actuales de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Mao no se conforman con el "Vivos se los llevaron; vivos los queremos". No. Incitan a la "lucha popular" para acabar con el Estado mexicano.
Los torpes e injustificados rituales de Tlatlaya y Ayotzinapa tienen hoy, a México, al borde del despeñadero. Negarlo sería una insensatez, como es una insensatez querer sumir a la Patria en una nueva revolución. (La de 1910 costó un millón de vidas)
Si los detentadores del poder político no entienden el mensaje, y reaccionan con la mayor humildad (siendo ellos tan soberbios), no sólo vivirán su propio ocaso, sino que comprometerán el futuro de nuestros niños y jóvenes.
¿Qué tienen qué hacer? Servir. Por ello la ley los define como "servidores públicos". Servir implica respetar la dignidad humana, y cumplir y hacer cumplir la ley. Hoy por hoy, lo menos que se puede decir de ellos es que han sido omisos y esto puede ser causa de destitución.
El servicio leal y eficiente es el mejor antídoto contra la violencia. Reconocerse "servidores públicos" es renunciar a su pretendida divinidad. Si lo hacen así, la Nación se los reconocerá. Si no, quién sabe si subsista la Nación, para que se los demande.