¿Aprendimos algo de 2016?
30.12.2016 23:30
Otro año concluye y todo indica que la sociedad mexicana no aprende. Sabemos que los cambios históricos y sociales son lentos, pero en México parece que no suceden. Un ejemplo es 2016.
Corrupción, violencia e impunidad son las palabras características de este año que desemboca en la incertidumbre con que llega 2017.
Quizá sea que acumulamos pesares antes de que una vía de transformación se vea. Y de ser así, se acumularon muchos.
O también que los velos encubridores se van descorriendo poco a poco y solo comenzamos a ver lo que siempre ha estado ahí pero no percibíamos.
La corrupción es el mejor ejemplo, pues como pocas veces quedó ampliamente de manifiesto en 2016 con el exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, de quien es muy poco creíble que se haya esfumado como genio de la lámpara de Aladino, y más bien surge la sospecha de que haya sido pactada ¿por quién y por qué?
Con la desaparición de Duarte se cerraron meses de un impúdico y nada erótico strip tease de corruptelas que parece imposible que hayan pasado desapercibidas parar los funcionarios del gobierno de Veracruz, los funcionarios federales encargados de las relaciones con ese Estado y todo el mundo privado vinculado: bancos, comercios, contratistas, empresarios.
¿Por qué callaron? Unos, porque eran instrucciones del señor gobernador. Otros, por miedo a perder el trabajo o el negocio. Otros porque la cultura de la denuncia se denosta con ser rajón y porque los raros casos que sí son denunciados, no llevan a ninguna parte o bien a consecuencias que pueden ser hasta mortales para los que se atreven a hacerlas.
La corrupción es el mal social que gobernó México en 2016 y lo definió, a pesar de que en mayo de 2015 fueron promulgadas las leyes del Sistema Nacional Anticorrupción.
Ese conjunto de normas repite la creencia histórica en el país de que creando o reformando leyes se cambia la realidad, lo que como se ha visto, se tararea en nota fa: fantasía y falacia.
Las prácticas corruptas nunca han estado permitidas en México, siempre ha habido leyes que la prohíben y la castigan, pese a las cuales ha crecido y crecido. Con Duarte parece que se aplica un castigo político tradicional en México: la exhibición social, que potenciada ahora por las redes sociales, sustituye a la cárcel y el decomiso de lo mal habido.
Los frenos para la corrupción son la educación en casa y la escuela, cada vez más erosionada. La enseñanza de valores, algo tachado de cursi en nuestros días. Una sana situación económica que en los hechos, hace años lleva deteriorándose. Y muy especialmente, el castigo a los corruptos que simple y llanamente, no ocurre. Leyes irán, leyes vendrán, pero sin castigo a todos los corruptos, esas leyes no funcionarán.
Y no cierra 2016 y ya se anunció que la constructora brasileña Odebrecht, metida hasta el fondo en la corrupción en Brasil, se reunió con funcionarios mexicanos, preludiando que en 2017 podría haber nuevos escándalos y muy seguramente cero castigados.
Como se ve, corrupción e impunidad forman una pareja hasta ahora indivisible donde la violencia se ha sumado creando un trío que flagela al país. La violencia, en efecto, es la de los narcos, quienes cada vez son más aceptados por la sociedad por conveniencia de las prebendas que deja, y desde luego, por miedo. Un ejemplo destacado es el escándalo que en los primeros meses del año generó la actriz Kate del Castillo y el Chapo Guzmán.
Pero violencia es también la que los delincuentes a secas ejercen para cometer sus delitos aunque no haga falta, y con mucha pena, la que vemos en la calle entre personas comunes y corrientes cuando tratan a otros.
Es el estrés, la presión, el alza de la gasolina, se dice para justificar la violencia nuestra de cada día que más y más nos caracteriza y que también es parte del rostro de 2016.
Corrupción, violencia, impunidad no parecen despedirse de nosotros como sí lo hace 2016.
Pero en nuestras manos sí está cerrarles la puerta en 2017 para que efectivamente sea un feliz año nuevo.