¿Del Estado omnipotente al Estado impotente?

30.11.2014 23:02
Jorge Esqueda Hernández (*)
 
Desde el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz es difícil hallar  a otro Presidente tan dañado en su imagen como Enrique Peña Nieto. Su figura parece que acumula el resentimiento que ha dejado el cambio de modelo económico a partir de 1982 (¡hace 32 años!) más el descontento que se comenzó a generar 11 años después de la reforma política reyesheroliana de 1977 (¡26 años!) . No es asunto de hoy aunque sea el tema del día.
 
El cambio de modelo económico prometió terminar con el Estado burocrático que intervenía en la economía, para dar paso a muchos privados que generarían la riqueza. 
En los hechos sí ha habido retiro estatal de la economía pero la generación de riqueza y sus frutos se ha concentrado en escasísimas manos, con fuertes niveles de desempleo, pero sobre todo, de economía informal, única vía para millones de mexicanos, a los cuales, encima, se busca cobrar impuestos.
 
En lo político, bajo la premisa de “lo que resiste apoya”, se legalizó a las oposiciones más recalcitrantes y se les dio acceso al poder municipal y en legislativos estatales y desde luego federal. Para 1988 la oposición de izquierda y nacionalista desprendida del hegemónico PRI se declaró lista para llegar al Ejecutivo federal, pero una elección que se mantiene con dudas le cerró la puerta que sigue cerrada. Y poco después de ese año pareciera que los partidos institucionales (PRI, PAN, PRD) pactaron quedarse con el poder político en una expropiación respecto de otros partidos y, desde luego, de sus legítimos propietarios, los ciudadanos.
 
Tal es la matriz de la crisis que vive este gobierno que encima se complica con la inserción dependiente de la economía nacional a la globalizada. Que sea dependiente no preocupa a los gurús globalizadores porque, explicaron, la globalización implica cierta pérdida de soberanía y ahí está la Unión Europea de ejemplo. Pero si la economía global no crece a ritmo sostenido y alto, economías monodependientes (es decir, solo de la estadunidense) como la de México, vive con tasas de crecimiento absolutamente insuficientes para sus necesidades, lo que agudiza el proceso de concentración de la riqueza.
 
Otra complicación, no menor, es el narcotráfico, alimentado por el insaciable apetito estadunidense. Que da trabajo a personas, miles, de regiones de donde el Estado ha desaparecido o nunca ha atendido. Pero que sobre todo crece como un cáncer de dos caras: la una, la pérdida de valores de la sociedad mexicana a todos niveles, pérdida que ha vuelto deseable, justificable y lo peor, posible, matar al otro casi por cualquier insignificancia sin que haya consecuencias para el asesino. Y la segunda, el inocultable amafiamiento entre políticos que para ser o mantenerse como tales pactan con el narco mientras aquellos que no lo hacen voltean con temor hacia otro lado volviéndose encubridores.
 
El Presidente Peña Nieto y sus más cercanos colaboradores podrían verse como la primera generación de hijos de quienes lanzaron el neoliberalismo hace 32 años. Como tal, su objetivo fue derruir las represas constitucionales que aún obstaculizaban el flujo total neoliberal. Y lo lograron sin mayores problemas, muy posiblemente porque el Pacto por México es la formalización del triunvirato partidista que expropió a su favor el poder político, con la desmovilización de la gente como uno de sus requisitos indispensables.
 
Sin Ayotzinapa habría fiesta en las instituciones por el inicio del tercer año de gobierno. Si antes no pasó nada con las muertas de Juárez donde 300 es un número tentativo, o 17 jóvenes muertos en Salvárcar allá mismo o el Pozolero que disolvía a sus víctimas en ácido o los 72 cadáveres de migrantes en San Fernando en agosto de 2010, o los 35 cuerpos abandonados en plena zona urbana de Boca del Río en septiembre de 2011, ¿por qué ahora sí? No fue por su crueldad, superada antes.
 
En parte, solo en parte, porque los normalistas son hijos, hermanos, nietos, sobrinos, primos, amigos, vecinos o meros conocidos de personas con tradición de lucha opositora al régimen y proyecto propio de sociedad, que se han mantenido en rescoldos guerrilleros o el magisterio disidente, quienes apoyados en su experimentado activismo han logrado llegar hasta al otro lado del mundo.
 
Ayotzinapa ha sido una toma de conciencia –y no instantánea sino que tardó algunas semanas, dato esencial- de la matriz económica y política que hemos descrito. Pero subrayemos: ha sido una no la toma de conciencia definitiva. De una mano porque los procesos histórico-sociales son desesperantemente lentos para el tiempo de vida individual, y de la otra, porque no hay proyecto viable de cambio. Pero esa es otra historia.
 
(*) Periodista.
Contacto: j_esqueda8@hotmail.com