El Ejército debe aclarar todas las sospechas
Cuando la tragedia de 1968, orquestada para derrocar al presidente Díaz Ordaz, y colocar a México dentro de la órbita soviético-cubana, se acusó al Ejército de haber utilizado hornos crematorios. (Acusación semejante pesó sobre la Alemania nacionalsocialista)
Hoy, esa misma hipótesis se plantea en algunos medios, ante la dificultad de encontrar a los 43 (o 42) estudiantes normalistas desaparecidos. Por lo demás, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) enfrenta otra dura acusación: la de la matanza de Tlatlaya.
¿Ante ello, qué debe hacer el Ejército mexicano? Salir al paso de esta campaña mediática, investigando a fondo ambos casos, colaborando con las autoridades civiles, y con una absoluta apertura informativa.
Hablemos con absoluta franqueza:
1. Este país se mantiene en pie, gracias al Ejército.
2. Pero éste, como cualquiera otra institución humana, puede ser infiltrada y traicionada.
Si el Ejército sucumbe, todo México se sumergirá en el caos y la anarquía. Es mejor detectar, procesar y castigar a los traidores -en el caso de que los haya-, que dejar la espada de Damocles sobre el Instituto armado, lista para herirlo de muerte, en cuanto se pueda.
La Secretaría de la Defensa Nacional renovó hace unas semanas a todos los altos mandos, por orden del general secretario, Salvador Cienfuegos. Eso mismo puede y debe hacerse en todas las zonas y batallones donde las cosas no vayan bien.
Lo diremos de manera más directa: se debe aclarar el papel que jugó en el Caso Iguala, el jefe del 41/o Batallón, con sede en ese municipio, coronel José Rodríguez Pérez.
Concluyamos: no por Judas, los otros once apóstoles son tomados como traidores a Jesús. Así, no porque algunos -pocos o muchos- hayan hecho mal uso del uniforme, se debe señalar a todo el Ejército como traidor a la Patria. ¿No le parece?
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