La tercera vía es la que conviene a México
Como lo decíamos en nuestra colaboración anterior, el neoliberalismo y el comunismo son ideologías que se sustentan en el odio. La primera, solapa el individualismo más exacerbado. La segunda, el colectivismo asfixiante. Ambas tienen en común una característica: empobrecen a la mayoría, a cambio de concentrar la riqueza en las cúpulas político-económicas. Una y otra provocan la lucha de clases, que divide a las naciones, para volverlas vulnerables. No son opción real de progreso.
La tercera vía, la que no enfrenta, sino que complementa, es la del bien común. Su principio es muy básico. Procedamos a explicarlo:
El individuo, cuando tiene conciencia de familia, se da cuenta de que no basta con satisfacer sus propias necesidades, sino que es menester que aporte un excedente a la misma, para fortalecerla. La solidez del núcleo familiar le dará, en correspondencia, una mayor seguridad en el plano individual.
Este modelo se replica cuando las familias forman una comunidad. La mejor manera de procurar la seguridad de todas, y de ver por su progreso integral, es mediante una colaboración constante entre todas ellas. Así como no hay un solo individuo que sea autosuficiente sobre la faz de la tierra, así, no hay una sola familia que pueda presumir de que prescinde de las demás.
Cabe decir que a este nivel, el de comunidad, el individuo todavía se mueve en un tiempo y un espacio cotidianos. Esto le permite conocer, aunque sea de vista, a la mayoría de los integrantes de su entorno: familiares, amigos, maestros, condiscípulos, tenderos, policías, etcétera. El efecto positivo de su aportación, se nota.
Sin embargo, cuando las comunidades se unen para hacer ciudades, las dimensiones espacio-tiempo dejan de ser controlables. No obstante, la dinámica sigue siendo la misma: cada comunidad debe aportar algo para el bien de las demás.
El tema se complica sobremanera cuando la unión de ciudades forma una nación. En ella, los vínculos ya no son empíricos (comprobables mediante los sentidos), sino espirituales. La mexicanidad es la que bulle, o debe bullir, en todos los habitantes de la patria.
Es difícil que la mayoría de los habitantes de Mérida, Yucatán, esté al tanto de lo que les sucede, por ejemplo, a los de Tijuana, Baja California. Pero tan mexicanos son unos, como los otros.
La doctrina del bien común, por lo tanto, apela a los más altos valores y principios humanos, puesto que parte de la generosidad, la comprensión y el respeto por los otros, aunque nunca en la vida los vayamos a ver.
El verdadero nacionalismo consiste, pues, en dar parte de mi excedente (espiritual y material) para el bienser y el bienestar de los demás.
El patrón asume que, sin trabajadores, no prosperará su empresa. Los obreros serán conscientes de que sin un capital, y sin los riesgos que corre la empresa, no tendrán un empleo digno.
Así, el patrón paga lo justo, y los operarios, cumplen con sus responsabilidades, sin escatimar talento y energía. La relación entre ambos, empresario y subordinados, se vuelve más fructífera cuando aquél permite a éstos asumir una parte de la compañía.
El dueño deja acaparar la propiedad de la empresa, pero tendrá más utilidades, ya que los trabajadores, al saber que ella les garantiza un pequeño patrimonio, la cuidan y empujan hacia adelante.
Un modelo como el que se propone nada tiene que ver con los patrones que simulan pagar lo justo, y con trabajadores que aparentan cumplir con su deber. Y menos, con la lucha de clases.
La tercera vía es la que convien a México.