Lo que es pecado para Dios es pecado para el hombre
Por: Morvan Lancien.
Foto superior: "San Pedro en lágrimas", de Murillo: Commons Wikimedia.
Foto inferior: San Pablo: Especial.
El mes de junio no solamente es el que se dedica a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, sino que también es el que abriga la festividad de los dos apóstoles principales de la Iglesia: el apóstol San Pedro, primer Vicario de Jesucristo sobre la tierra, y el apóstol San Pablo, faro espiritual de las naciones. Por lo cual nosotros que somos parte de la misma Iglesia de la que ellos dos son los pilares principales, debemos de regocijarnos por tenerlos como nuestros intercesores ante Dios Nuestro Señor, y vivir más intensamente este espíritu de familia. Tiempo vendrá, esperémoslo, en que se nos hará más clara y tangible la intercesión de los apóstoles Pedro y Pablo, quienes sufrieron tanto por que la obra de Jesucristo no se quedara en meros deseos.
Así como a ellos, así a nosotros nos agrede este mundo, enemigo jurado de Nuestro Señor. Quisiéramos, a veces, no estar tan atribulados, pero parece ser la Voluntad de Dios que resistamos a los encantos y a la tentación del pacifismo. Por el contrario, queramos –en nombre de nuestra Fe- tachar de pecado y de iniquidad lo que Dios considera como pecado e iniquidad.
Para nosotros debe de quedar claro que Dios es la norma suprema de todo juicio moral sobre de conductas que conducen a la pérdida de la identidad cristiana, y creemos que en este sentido muchos -incluyendo, en la iglesia modernista- ven claro en valorar como tal lo que es pecado y lo que es virtud.
La gran dificultad viene cuando se vincula la valoración a una persona que goza de prestigio o de autoridad “moral”, porque el ser humano busca naturalmente un respaldo a sus juicios de valor y tiende, por eso, a apoyarse en las autoridades que son reputadas como confiables; pero, hoy en día, no nada más existe una crisis de los valores, sino que también hay una crisis de las cabezas, en otros términos, una crisis de liderazgo.
El enemigo lo sabe muy bien y aplica sin descanso el adagio conocido: “Dividir para vencer”. La táctica del enemigo es multiplicar las dificultades y los debates, para dispersar la resistencia y amenorar la fuerza de la legítima defensa; abre, sin respiro, nuevos frentes de combate para sus objetivos ideológicos.
Lo anterior no significa que debemos atenuar las cosas que nos separan, como por ejemplo el caso de los mal llamados “hermanos separados”, sino que, en la actualidad, necesitamos reconocer con realismo la ausencia de toda autoridad legítima.
En otros términos: debemos de apelar a la Autoridad suprema de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes, Señor de Señores y asirnos con toda nuestra fuerza a Su Liderazgo para nuestras mentes, nuestras energías y nuestros objetivos
Todo intento de restauración de una Autoridad eclesiástica y civil está destinado al fracaso y al ridículo, porque el mal es demasiado profundo y generalizado para oponerle esfuerzos superficiales y localizados.
No es atentismo ni pasividad: nadie da lo que no tiene y no nos podremos dar un Papa para la Iglesia no teniendo la Autoridad normalmente constituida para ello. Así que: no querer tener círculos de influencia si no estamos parados en esta plataforma doctrinal, espiritual y mística.
Ciertos hombres con talento y cultura pretenden conservar la fidelidad a la Iglesia vinculándola con sus enemigos, haciéndola una cum el hombre de iniquidad: es vanidad y esta vanidad se nutre de la contradicción.
A manera de resumen, lo que las pseudoautoridades actuales (religiosas y civiles) fomentan son los siguientes contravalores:
* Equidad de género.
* Degradación de la vida conyugal, por la educación sexual de las escuelas.
* Despenalización de las drogas.
* Manipulación de la vida humana, mediante el manoseo del embrión.
* La agresión injusta a la vida inocente.
* El adormecimiento de las masas con tantas películas que reducen al hombre a la categoría de un animal, solamente más elaborado.
* El libertinaje y la total libre expresión por el uso desmedido de las redes sociales. Todos hablan de todos los temas, pero cada uno se siente el más grande experto.
* La pérdida total de la noción de la trascendencia divina y de su correlativo, la dependencia humana, respecto al ser divino.
Para que este escrito no se quede con puros análisis, elevemos ahora una plegaria a Nuestro Señor Jesucristo y a su Padre Eterno, para que en virtud de Su Sacrificio nos haga misericordia por nuestros pecados y por los pecados de todo el mundo:
Padre Eterno,
Os ofrecemos
Las Llagas Sangrientas
Y triunfantes
De Nuestro Señor
Jesucristo,
Y en ellas
Nuestras propias vidas,
Para Vuestra Gloria
Y para cada alma en particular.