Manipulación totalitaria del lenguaje
17.08.2015 11:03
Por Miguel Ayala Vieyra.
Uno de los grandes regalos que Dios le dio a la humanidad es la capacidad de comunicarnos. Y al decir comunicarnos me refiero al sentido más profundo de la palabra; no sólo a transmitir un mensaje que puede ser interpretado por mi semejante para provocar una reacción. Eso finalmente también lo pueden hacer los animales. No, al hablar de la riqueza de la comunicación me refiero a esa posibilidad de poner algo en común entre yo y mis semejantes, de intercambiar ideas, ideales, sueños, experiencias; es decir, compartir lo más profundo e íntimo de mi ser con los demás.
Ahí radica la grandeza de la comunicación, de la “común-unión” entre los hombres, esa posibilidad de unirnos como la familia humana que somos. Ahora bien, parte medular de la comunicación es el lenguaje, pues es el mecanismo que hace efectivo el acto mismo de comunicar.
Al ser precisamente el lenguaje el que nos da la posibilidad de una comunicación efectiva y enriquecedora, es que debemos tener mucho cuidado en el manejo adecuado del mismo. ¿A qué me refiero con ello? A que actualmente padecemos un mal que podríamos llamar endémico, que consiste en la falta de claridad y tergiversación de las palabras, provocando con ello confusión en los conceptos, lo cual conlleva en el peor de los casos a la perversión y manipulación del lenguaje, luego entonces esta “común-unión” pretendida con la comunicación se trastoca en una “des-unión”.
Hasta aquí el punto podrá parecer un poco intrascendente; finalmente más de uno podrá pensar: ¡exageraciones!, que cada quien hable como se le dé la gana. Sin embargo el problema de tergiversar las palabras no es algo tan inocente como pudiera parecer a simple vista. Tres ejemplos bastante sencillos pueden dar cuenta del peligro.
Desde mi punto de vista hay tres palabras, o más bien tres conceptos que han sido pervertidos y manipulados de una forma verdaderamente siniestra, quizá desde mediados del siglo pasado a la fecha; estas son: libertad, amor y derechos humanos.
Las tres encierran una riqueza intrínsecamente unida a la riqueza de la naturaleza humana, de ahí lo penoso que hayan sido terriblemente vilipendiadas.
Hablar del amor, nos podría llevar tratados extensos simplemente para describir la fuerza de esa palabra. El amor hace referencia a la entrega hacia otro, de desinterés al momento de procurar un bien al prójimo, el darse entera y plenamente a alguien (recordemos aquella hermosa frase evangélica “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos). Sin embargo, actualmente el concepto de amor se ha reducido a su mínima expresión, por ejemplo al definir el acto sexual con la palabra amor.
Es cierto, la unión sexual de los esposos es una de las manifestaciones más bellas del amor, pero no es TODO el amor. Es tan frustrante cuando uno ya no pude usar cotidianamente la frase “hacer el amor”, por ejemplo al referirnos al inocente cortejo de un joven a su novia, porque en automático cualquiera que la escuche en la actualidad va a relacionarla con la relación sexual.
Cuánto más terrible es el estar bombardeados por sin fin de publicidad, películas, canciones y demás elementos que “hacen cultura”, donde el abuso y mal uso de la palabra amor a lo único que abonan es a malbaratar esa palabra. ¡Que digan las cosas como son! Cuando hablen de erotismo, de atracción física, de sensualidad o de un simple gusto por algo o por alguien, que lo digan así tal cual, pero por favor, que no lo llamen amor. Para profundizar más en esta idea un excelente documento es la Encíclica de Benedicto XVI “Dios es Amor”.
Segundo caso. Hablar de libertad, es hablar de otro de los grandes dones que tiene el hombre. La capacidad del ser humano (ningún otro ser el la tierra lo tiene) de elegir lo mejor para él y para sus semejantes. Ojo, el concepto de libertad va muy ligado al de responsabilidad. Y esto es algo que no gusta mucho en la sociedad contemporánea, por eso es que la libertad se vuelve un sinónimo de libertinaje, cuando en realidad son antónimos. Actualmente con libertad la mayoría de la gente quiere decir: “haz lo que quieras, claro, siempre y cuando no perjudiques a otro”. La frase podría parecer muy cierta, pero ahí radica su peligro, en la verdad que pareciera encerrar.
Hacer todo lo que me apetezca simplemente porque puedo hacerlo no necesariamente es libertad. Por ejemplo, yo sé que tengo afición por los cigarros, y puedo engañarme diciendo que soy libre de fumar o no, sin embargo sé que en el fondo tengo una dependencia al tabaco, y que finalmente no soy enteramente libre, por mucho que me quiera engañar en esa idea de falsa libertad.
Recordemos, la libertad conlleva un sentido de responsabilidad y de engrandecimiento integral de la persona. La auténtica libertad siempre significará elegir lo que es mejor. Claro, siempre sonará mejor escuchar que significa hacer lo que me venga en gana… pero así solamente pierde la libertad y pierde la riqueza del lenguaje.
Aquella frase de Don Quijote dirigida a Sancho Panza apenas salieron del castillo de los Duques nos recuerda la grandeza del concepto: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida.”
Finalmente hablemos de derechos humanos. Nunca como ahora el término derechos humanos ha sido tan utilizado. Con él se pretende erigir una idea humanista que permita que nos reconozcamos como iguales en la sociedad. Sin embargo cuando ese humanismo está hueco y no tiene un sustento trascendente, siempre se volcará contra el propio hombre.
Es así que los derechos humanos se entienden entonces como el fruto de un consenso, donde un grupo de pocos o muchos, da igual, deciden qué se va a entender ahora por dichos derechos. Sólo así puede explicarse que el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada, las uniones homosexuales, la adopción gay, quieran ser entendidas como derechos. Y quienes pugnan por estos supuestos derechos, apelan al humanismo, al derecho de hacer lo que uno considere mejor para sí (¿recuerdan la manipulación del concepto libertad de que antes hablamos?).
Con esta lógica, así como no hay problema en que hoy quiera imponerse como un derecho humano la unión bajo el concepto de matrimonio a dos personas homosexuales, mañana podría apelarse a estos mismos derechos para querer entender como matrimonio la unión entre un adulto y un niño, o la de un adulto y su perro, basta el consenso de unos cuantos para que esto sea posible. Quizá suene exagerado, pero es real.
Pero estos no pueden ser derechos. Los auténticos derechos humanos tienen una íntima relación con la dignidad de la persona humana, son consecuencia de esta dignidad; no son negociables, ni evolucionan, ni pueden cambiar de acuerdo a la opinión de ciertos grupos. La vivencia de los auténticos derechos humanos, dignifican al hombre y le da los elementos necesarios para una autorrealización que le permita alcanzar una vida plena.
Como señalaba al principio, sólo son tres pequeños ejemplos de la gravedad de la manipulación lingüística. Por ello es muy importante hablar con claridad y exactitud. Decir las cosas como son, sin eufemismos o falsos convencionalismos que carcomen la riqueza de nuestro idioma.
Hablemos derecho. Hoy como nunca cobra relevancia lo que ya nos advertía George Orwell en su brillante novela 1984, la manipulación del lenguaje es el sutil comienzo para que un estado totalitario cobre dominio absoluto sobre la conciencia de los ciudadanos.