Un reglamento no puede con todo
17.01.2016 19:27
El nuevo reglamente de Tránsito parece destinado a naufragar pues se enfrenta sin las adecuadas herramientas a los problemas que han llevado a nuestra ciudad al caos que es hoy en día. Enumerémoslos.

Crecimiento sin planeación. La original ciudad azteca y su sucesora española tenían trazas pensadas de antemano y con tamaños acordes a sus poblaciones. El crecimiento poblacional rebasó la traza novohispana y sobre todo para fines de los sesenta del siglo pasado, explotó literalmente. El orden, la lógica, la planeación han sido los grandes ausentes. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
La corrupción. La recepción de unas monedas –o billetes, sea se trate- para evadir las normas, encuentra en las normas de tránsito uno de los terrenos más fértiles. En México la corrupción es lo sencillo, lo fácil y lo rápido. Es una de las cabezas del monstruo bicéfalo donde la otra es la burocracia irracional. Pero también es signo de estatus social y de poder. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
La falta de educación vial. ¿En cuántos países se puede conseguir una licencia de manejo sin demostrar que se conoce el reglamente respectivo y ni siquiera que se sabe manejar un vehículo? México encabeza la lista con seguridad. Así, no es de extrañar que de milagro alguien se entere que las líneas blancas oblicuas en las esquinas son para el paso de peatones y el vehículo no debe detenerse sobre ellas al esperar la luz verde. Es solo un ejemplo porque las disposiciones que desconocemos son prácticamente todas. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
La falta de preparación y personalidad de los policías viales. Este es un punto escabroso porque se está a un paso de las críticas de discriminación. Y sin embargo es un hecho que los agentes de tránsito carecen de la preparación cultural para enfrentar a la gente, de manera que para ellos es más fácil recurrir a la corrupción que simplemente levantar la infracción sin caer en alegatos. Las redes sociales han documentado situaciones donde los policías son humillados por los ciudadanos sin que sepan defenderse. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
El estatus de manejar un automóvil. Casi cualquier persona se comporta de manera diferente en cuanto se coloca detrás de un volante. No importa lo anticuado o destartalado del automotor, su conductor ha subido de nivel y los demás lo deben de respetar. Solo que los demás son otros que sienten lo mismo y ahí empiezan los problemas. Esto vale también cuando ese conductor se enfrenta a un agente de tránsito: este lo tiene que respetar. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
La irracional publicidad automotriz. Parte de que un mortal ascienda a semi Dios al subirse a un vehículo se debe a la publicidad que así lo proclama. Y otra vertiente de esa irracionalidad publicitaria es ensalzar la potencia de automotores en una ciudad donde ya se ha dicho que la velocidad promedio puede llegar hasta a los 20 kilómetros por hora. ¿Y entonces para que me compre uno que llega a los 200? Desde luego, la mayor irracionalidad es seguir promocionando y vendiendo vehículos en una ciudad saturada de ellos hace rato. Un reglamento de tránsito no puede con esa situación ni es su misión.
Y sin embargo, por lo anterior, es necesario poner orden pero con racionalidad. Lo primero sería educar o reeducar a todos –y todos son todos- los conductores de vehículos en las normas universales de tránsito y en el reglamento. Naturalmente, las autoridades viales serían las únicas en no participar en ese proceso.
Además, esta educación debería darse de nuevo y con organización en las escuelas primarias y secundarias, con capítulos especiales en las de enseñanza media superior. Las escuelas de tiempo completo o las futuras de verano deberían de contar con esas asignaturas.
Un capítulo aparte serían los conductores de taxis y vehículos colectivos, que con honrosas excepciones, son los primeros en violar este, el anterior y el futuro reglamento. Algo deben de saber que lo violan sin temor a las famosas fotomultas, poniendo en marcha un efecto desobediencia difícil de contener.
La capacitación y el apoyo psicológico a los agentes de tránsito es otra indispensable medida si queremos que la vialidad funcione.
Y desde luego un sistema de transporte público de 24 horas cómodo y seguro, pues nadie va a dejar su vehículo si no tiene en que transportarse. Un transporte que tenga cargas de trabajo racionales para sus operadores.
Habría que dejar de lado visiones de moda pero inoperantes, como usar la palabra “movilidad” para referirse a una realidad que no por llamarla de manera diferente va a cambiar. O impulsar a los ciclistas en una ciudad donde usar la bicicleta para transportarse equivale al suicidio.
Contacto con el autor: j_esqueda8@hotmail.com